miércoles, 27 de octubre de 2010

NO NOS PONGAN FLORES AMARILLAS

No nos pongan flores amarillas

(2006)

1a. Edición - Erre con Erre

Octubre 2010

259 páginas

ISBN en trámite

A ver si escribir me ayuda, piensa Angélica,
y arrastra la pluma dejando breves jirones
de los pensamientos que la desbordan, de los
tormentos que la acompañan durante el día
y le espantan el sueño por la noche.

Estas breves líneas le bastan a Jorge Rodríguez para instalarnos en la mente de “una madre atormentada, desesperada por la vida que le tocó en suerte”, y conducirnos a través del laberinto de obsesiones que construye entreverando las páginas del diario de Angélica, la explosión de sus pensamientos, las notas periodísticas y las declaraciones de la gente que vivió de cerca el desarrollo de esta trepidante historia. El pueblo de Saladeros despertó un domingo de invierno con las detonaciones de un arma de fuego. “Les están disparando a las niñas”, gritaban los vecinos a los oficiales que acudieron al lugar de los hechos. No nos pongan flores amarillas nos intoxica con su aire paranoico, nos suspende en lo alto de su catarsis y nos deja caer en el abismo insano de un final inesperado.“Angélica escribe poco y deja correr el tiempo atrapada entre sus delirios, sus reclamos y sus angustias. Sola y abrumada, es poco lo que escribe, es mucho lo que piensa.”


Jorge Rodríguez, Monterrey, 1957.
Artista plástico multidisciplinario y prolífico autor de ficciones, es miembro de la Cátedra de Creación Literaria del Tecnológico de Monterrey, ha participado en los programas de la Secretaría de Extensión y Cultura de la UANL (2006), y del CRIPIL Noreste (2005). Se han publicado a la fecha sus novelas El medallón de las rosas (Conarte), Martín Calavera (Erre con Erre), La nuez vana (Jus/UANL) y La Dama de Bohemia (UANL/ Erre con Erre)


http://www.jorgerodriguez.com.mx/

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Cómo adquirirlas:


Hace tres veranos compré a buen precio un piano viejo. Cuando lo desarmé para limpiarlo, encontré en la penumbra del cajón de pedales un diario escolar atrapado contra el arpa de fierro. Forcejeé para retirarlo y lo abrí con curiosidad.
Leí al descuido las primeras líneas y ya no lo pude soltar. Ochenta páginas manuscritas, de las cuales habían sido arrancadas diecisiete, con una sucesión de diatribas y reclamos de una madre atormentada, desesperada por la vida que le tocó en suerte. El aire paranoico de aquella explosión de ideas escritas a mano y en letra grande a lo largo de cuatro meses, me obligó a seguir el rastro del piano para desentrañar la realidad que dio curso a ese terrible testimonio. Durante mi investigación conseguí copias de las páginas faltantes, recabé notas periodísticas de la tragedia y pasé meses en el pueblo de Saladeros, en el corazón de la zona citrícola, reconstruyendo el torrente de pensamientos que traslucían por entre las breves líneas de aquel frenético documento.

Noviembre de 2008


Saladeros, N.L., Febrero 7, 2002 - Los agentes de la demarcación de policía de Saladeros encontraron pegadas en las paredes del lugar de la tragedia diecisiete páginas de lo que parece ser un diario, mismas que constituyen la principal pista para establecer los motivos que llevaron a la múltiple homicida a atentar contra la vida de sus hijas.
“Las páginas estaban pegadas con cinta adhesiva en las paredes de la sala, la cocina, el comedor y la puerta del cuarto donde se cometió el crimen”, declaró el oficial Vázquez Molina; “no se encontró la libreta de donde fueron arrancadas, pero el estudio de estos diecisiete folios por parte del personal especializado de la procuraduría ayudará a esclarecer los hechos”, aseguró el uniformado.



Ya es tarde, casi la media noche. Angélica está inquieta. Empieza octubre y los vientos del otoño le sientan mal. Sus hijas están dormidas, ella misma las arropó. Les signó la frente con agua bendita y les murmuró jaculatorias para espantar la maldad.
Alumbrada por el resplandor de la luz de la cocina, recorre la casa, revisa las puertas, apaga la luz del zaguán y se prepara una jarra de café. Ahora está sentada frente a la mesa de la cocina, con la libreta de pastas duras que compró por la tarde, La abre en la primera página, acompañada de una taza de café y de sus recuerdos, de sus preocupaciones, de todo eso que bulle en su mente, eso que la obliga a trasnochar desde hace meses. A ver si escribir me ayuda, piensa, y arrastra la pluma dejando breves jirones de los pensamientos que la desbordan, de los tormentos que la acompañan durante el día y le espantan el sueño por la noche. Angélica escribe poco y deja correr el tiempo atrapada entre sus delirios, sus reclamos y sus angustias. Así termina su día, y lo seguirá haciendo igual los siguientes meses, siempre en la soledad de la cocina, cuando el pueblo duerme, cuando las voces callan, cuando ella es pensamiento y su entorno intimidad.



1
Octubre
Mes de las brujas, y así ha sido siempre,
día tras día nos van quitando
pedazos de dignidad.
Dignidad que no se ve pero que es para siempre.
Culpables los hay.


*****

Ya es de nuevo otoño y los diablos andan sueltos, piensa Angélica luego de escribir en su libreta. Todos los años me lo hacen, se aparecen de la nada, arrastrando ese tufo a leña que los delata. Porque no apestan a azufre, huelen a puro humo de huizache, porque es todo lo que hay para quemar allá en su rancho, tan árido y caliente como el infierno. Allá se criaron y se transformaron en las bestias que hoy nos denigran. Malditos los pechos que los amamantaron y las entrañas que les dieron vida. Desde allá vienen a buscarnos. Nos espían, nos acorralan con sus entramados de mentiras y calumnias hasta que nos inmovilizan, pisotean nuestra dignidad y nos denigran ante los ojos de los demás, sólo ante ellos. Ante Dios permanecemos intactas y nuestra fidelidad nos acarrea ese capelo de pureza que nos mantiene en pie, protegidas. Qué pueden saber de dignidad, si son puros demonios; qué pueden saber de ese nuestro atributo inmortal. Somos criaturas creadas a imagen y semejanza de nuestro Dios, el Todopoderoso, el que da la vida. Y ustedes, los culpables de arruinar la nuestra, ahí están, campantes, esparciendo rumores para acabar con nuestra buena fama. Y todo el pueblo se los cree, nadie duda de sus palabras, mientras que, a nosotras, no hay quien nos defienda o vaya en su contra. Ya son más de diez años desde que estos ataques empezaron, y este último ha sido el peor. No sé que hacer. No puedo dejarlas solas ni un instante por temor a perderlas. En cualquier momento me las arrebatan y no las vuelvo a ver. Esto no puede seguir así; algo tiene que suceder que reinstaure la justicia en este mundo.

*****

“La señora Angélica y sus tres hijas tenían poco más de un año viviendo en ese domicilio, a donde se habían cambiado por problemas con los vecinos de la otra casa que habitaban”, señala la investigación.








Ensimismada, Angélica se sirve una taza de café ya que sus hijas se fueron a la cama. Al igual que la noche anterior, toma su libreta de pasta dura y descarga sus angustias con letra temblorosa mientras su mente hierve, sobrecogida por las preocupaciones de la vida y el acoso que poco a poco merma su fortaleza. Sola y abrumada, es poco lo que escribe, es mucho lo que piensa.


2
Entre otros tramaron una trampa perfecta
que me alejó de familiares y amistades,
y en unos casos hubo accidentes.
Todo parece indicar que la compañía telefónica
no reportó la cantidad que se pagó de un recibo,
y con eso ocasionaron todo ese alboroto y esos chismes,
y nuestra reputación bajó conforme alguien pagó.
Lo que es sencillo se complica, todo con material sadomasoquista, sadismo bestial, torturan, humillan, golpean,
hostigan, ultrajan, denigran y escupen.
Todo por ese odio injustificado a mis tres hijas y a mí misma.
Mi esposo creo que falsificó mis momentos conyugales
y por las noche a veces pecaba en el silencio.

*****

¿Qué puedo hacer para limpiar nuestro nombre? Fueron otros los que nos envolvieron en esa red de mentiras y calumnias, esa trampa que nos ha hecho mala fama entre nuestros amigos y nuestros familiares. Conforme sucedían las cosas, todas esas cosas extrañas, la gente nos veía con recelo, y nuestra familia, aunque nunca nos volteó la cara, nos cuestionaba y nos aconsejaba no darle tanta importancia al asunto, como para no involucrarse en nuestros conflictos y evitar que los señalaran como ya lo hacían con nosotros. ¿Qué puedo hacer si mi propia familia no entiende mi inquietud?
Los demonios siempre andan provocando situaciones para acabar con nuestra reputación, como ese recibo de teléfonos que arreglaron para que pareciera que no estaba pagado, y nunca apareció el ticket de pago porque de seguro ellos lo arrancaron para hacernos ver mal, y con eso ocasionaron todo ese alboroto y todos esos chismes que sólo sirvieron para denigrarnos, para darnos fama de mujeres fáciles que todo lo pagan con placer. Y algo tan sencillo como es el pago del teléfono lo complicaron y mal hablaron de nosotras, diciendo que no tenemos dinero ni para eso, siendo que mi marido todas las semanas nos manda la remesa y nunca nos ha desprovisto. Pero ellos son malos, me vienen siguiendo desde el rancho, ese desgraciado de Romualdo y sus amigotes, los borrachos que me violaron entre las cabras. Y acá, donde vine a hacer una buena vida para olvidarme de aquel infierno, de repente se abre la tierra y aparecen esos demonios a seguir molestando y a acabar con nuestro nombre, a hablar de prostitución y de toda clase de depravaciones, como si fuéramos como ellos, que nada más vienen a hostigarnos y a escupir sobre los despojos de nuestra dignidad de gente buena.
¿Por qué nos odian tanto a mí y a mis tres hijas? Ellas tan lindas y tan inocentes. ¿Qué daño les hacemos? ¿Les duele ver gente que se esfuerza por ser digna de la mirada piadosa del Señor? Claro. Claro que les duele. Les duele porque son demonios, sátiros decididos a satisfacer su lujuria, con su naturaleza lasciva dispuesta a violar la pureza de nuestras almas, porque no pueden conseguir una sola mirada de bondad. Yo me casé por amor, no por despecho, como aseguran. ¿Por qué andan diciendo que me fui con Elizardo sólo porque Romualdo me rechazó? Si todos en el rancho sabían que a ése yo lo dejé porque no lo quería, porque yo era el antojo de él, pero él no era del mío. Y por eso me violó. Yo nunca me hubiera entregado a alguien tan asqueroso. Si lo busqué fue para alejarme de Elizardo por no respetar nuestra relación, por andar de buscón cuando ya me tenía a mí. Yo siempre lo quise desde que lo conocí, y por eso fuimos novios desde secundaria; pero ustedes decían que no me iba a dar una vida buena, que ahí estaba Romualdo, que me convenía, que era hijo del comisario ejidal de Capitanes; ¿por qué me presionabas así, mamá? Friegue y friegue con que él si tenía sus propias cabras y su papá tenía vacas que luego iba a heredarle, que con él algún día dejaría de ser cabrera para ser la señora del ganadero. Yo no lo conocía, y además ya soñaba con Elizardo. Lo traía atravesado como quien trae mal de ojo. Por eso me le negué a Romualdo desde antes, sin saber que era él. Me le negué en el primer baile al que fui, allá donde Jimena, en Tinajas, cuando cumplió los quince. Todavía me acuerdo. Qué días. Elizardo en cama, con fiebre de cuarenta, y yo en el baile, tan quitada. Fue cuando Romualdo llegó bien borracho, y el muy desgraciado se me pegó toda la noche, y me quiso sacar a lo oscuro para entrepiernarse, pero lo golpeé y le di de patadas hasta que se retorció agarrado de su orgullo mientras me gritaba las peores cosas que yo jamás había escuchado. Y me fui corriendo a la casa, llore y llore. Y luego que te conté todo, mamá, ¿por qué me saliste con eso? Así es como nos hacen mujeres, me dijiste, y que para eso estábamos, para cuidar del hombre que nos tocara, para dejarnos de lo que él quisiera y para hacerle lo que más le gustara. Si así lo hacemos, él verá por nuestras necesidades, me repetías. Pero yo quería a Elizardo y me quería salir de ahí del rancho y no volver a ver a Romualdo. Y por eso me vine a estudiar a Saladeros, para ser alguien, y Elizardo venía y me cuidaba cuando andaba bueno, porque decía que yo estaba haciendo lo que todos deberíamos hacer: superarnos, y que por eso me iba a procurar. No le importaba que al final yo llegara a ser más que él. Ya me tenía cariño, pero no estaba tan enamorado como yo; más bien lo que quería era protegerme. Y me protegió. Fue hasta después, ya casados, cuando me le entregaba como mujer, que el fingía sus cosas, porque yo no sabía hacerlo bien, y él pecaba en el silencio de su rincón de la cama. ¡Ay, Elizardo! Cuando pensabas que yo ya estaba dormida nada más te volteabas para tu lado, y sentía como te ibas tensando, y te agitabas, hasta que volvías a aflojar el cuerpo, y de rato empezabas a roncar entre el olor ácido de tu aliento. Pecabas porque yo no te llenaba. Lo sé. Pero me querías bien y me protegías; me diste a mis hijas y todavía nos mantienes, como debe ser. Aunque andes lejos. ¿Podrás volver algún día y quedarte con nosotras?

*****

“Una de las muchachas tocaba el piano; lo hacía bien y hasta era agradable escucharla. El problema era más bien con la otra joven; gustaba de música muy ruidosa y seguido la ponía a todo volumen cuando su mamá no estaba con ellas; eso y el hecho de que la señora con frecuencia las regañaba a gritos, nos hizo quejarnos con el juez auxiliar de la cuadra, hasta que por voluntad propia se cambiaron de domicilio”, mencionó la señorita Yañez, vecina de la casa que ocupaba anteriormente la familia Lima Robledo.